Por Esteban Marzorati*
Argentina no será la excepción a los profundos efectos negativos que generará la pandemia. Incluso, es razonable pensar que su delicada situación respecto a la crisis de deuda, inflación, entre otras cosas, será un efecto nocivo que hará más lenta su recuperación.
Dicho shock, que ya ha expuesto en impactos notorios en las principales variables económicas, sucede en un país que acarrea desde hace tiempo dos problemas de distinta magnitud y que se abordan, constantemente, de manera errónea.
Por un lado, un inconveniente coyuntural por el cual genera menos divisas de las que necesita y, por el otro, uno estructural que radica en la falta de competitividad de la industria local.
Antes de comenzar a analizar dichas medidas, es importante exponer ciertas convenciones – que son aplicadas de forma acertada por las naciones más desarrolladas – y datos del comercio internacional; el comercio global ayuda a crecer y desarrollar a los países, los 6 primeros comerciantes son EE. UU., China, Alemania, Japón, Francia y Reino Unido.
La firma de acuerdos comerciales es clave para desarrollarlo y para vender también hay que comprarle al mundo.
En Argentina, alrededor del 80% de las importaciones corresponden a bienes o insumos para la industria y sólo el 12% son bienes de consumo, muchos de los cuales no son fabricados localmente. La competencia extranjera ayuda a la tecnificación local e incentiva la inversión.
La burocracia gubernamental es un sobrecosto que atenta contra la competitividad de Argentina, naturalmente, un tipo de cambio real (TCR) competitivo es el mejor equilibrio para la balanza comercial.
La forma en que el país administra las debilidades expuestas, restricciones al comercio, no hace más que profundizar el problema. Algunos ejemplos que van en contra de las convenciones:
Hoy hay infinidad de sectores desabastecidos como la construcción o neumáticos, por nombrar algunos, ante la imposibilidad de importar, falta de aprobación de licencias o de giros al exterior, que solo generan incremento en los precios y desincentivos a la inversión por falta de competencia.
Además de poseer aranceles excesivamente altos con respecto al resto del mundo, tiene un esquema tributario / aduanero profundamente distorsivo mediante impuestos como el IVA Adicional para la importación o los derechos a la exportación.
Sin tener en cuenta el acuerdo UE-Mercosur, a la luz de las últimas novedades, el país sostiene acuerdos comerciales con una porción muy pequeña del producto bruto mundial.
La burocracia estatal continúa su escalada mediante el incremento de las licencias no automáticas, las restricciones de los pagos al exterior y la ineficiente necesidad de informar al Estado proyecciones comerciales incalculables.
*Esteban Marzorati: CONSULTOR EN COMERCIO EXTERIOR – Ex Director de Importaciones de la Nación y Socio en Global Trade and Shipping – Gestión de Comercio Exterior.