*Por Victoria Genchi
A lo largo de la historia, ha evolucionado la forma en que los humanos utilizamos la iluminación. Las nuevas tecnologías nos permiten utilizarla eficazmente, logrando ahorrar energía y usando la más adecuada según nuestras necesidades.
Para el ser humano es muy importante que en todas las actividades que realiza tenga un nivel de iluminación adecuado. Desde nuestros antepasados, el hecho de no poder ver de noche obligó a descubrir maneras de alumbrar sus actividades para su protección, y posteriormente para su confort. A lo largo de la historia, estos medios de iluminación artificial han ido evolucionando al igual que la forma de vida del hombre.
Con el paso del tiempo, las necesidades de trabajo y de socializar fueron cambiando, y con esto también las tecnologías, que evolucionaron para adaptarse a estas necesidades. En un principio, la iluminación artificial constaba de antorchas para la iluminación de la noche y reuniones alrededor de fogatas para protegerse del frío y de los animales salvajes. Más tarde, las velas y lámparas de gas tuvieron un rol protagónico por mucho tiempo para acceder a lugares oscuros y amenizar las reuniones de los hombres y mujeres en las nuevas viviendas urbanas, además de brindar seguridad en los caminos oscuros de las nuevas ciudades.
Con la llegada de la electricidad y del nuevo invento de Thomas Edison: la lámpara incandescente, se dio un gran salto en la forma en la que las personas se iluminaban. Así, la iluminación artificial se empezó a utilizar en casi todas las actividades diarias. Aunque todavía no se pensaba en las consecuencias directas que producía la iluminación eléctrica en nuestros consumos energéticos.
Más adelante, se comprobó que los niveles de luz que producimos con las tecnologías de iluminación artificial variaba, y que estas podían lastimar la vista de los trabajadores. Se empezó entonces a notar que diferentes tipos de trabajo necesitaban una intensidad luminosa también diferente.
En el último tiempo se comenzó a tener mayor conciencia por nuestros recursos energéticos y la forma en la que se aprovecha mejor la electricidad. Esto conlleva el surgimiento de nuevas tecnologías aplicables a las fuentes de iluminación artificial, y nos dio una gran variedad de tipos de lámparas que pueden ser usadas en diferentes partes.
La tecnología LED, ahora en auge, nos permite iluminar de forma mucho más eficiente y económica, a la vez que respetamos en gran medida el medio ambiente. Las lámparas incandescentes son las más comunes por su bajo costo y su facilidad de uso. Estas lámparas son las de mayor consumo energético, tienen una vida útil de 1.000 horas y una excelente reproducción del color.
Las lámparas halógenas tienen el mismo principio de funcionamiento que las lámparas incandescentes, con una vida útil aumentada hasta 2.000 o 3.000 horas. Estas lámparas proporcionan luz de alta calidad con muy buena reproducción cromática y de alta intensidad, por lo que se emplean en zonas que requieran una iluminación especial, las que hemos llamado zonas de representación.
Las lámparas fluorescentes se componen de un tubo de vidrio que contiene una cantidad pequeña de gas. Estas lámparas consumen hasta un 80% menos que las incandescentes y tienen una vida útil entre 8 y 10 veces mayor. Las llamadas lámparas de bajo consumo son en realidad lámparas fluorescentes compactas. Su consumo y su vida útil son similares a las fluorescentes.
Por último, tenemos la tecnología LED. Si la comparamos con la mayoría de tecnologías convencionales veremos que nos ofrece una mejor calidad de la iluminación debido al elevado índice de reproducción cromática y a la gran variedad de temperaturas de colores disponibles. Actualmente, consiguen rendimientos luminosos muy elevados. Su duración depende de la temperatura de funcionamiento y la corriente de alimentación, aunque en general es superior al resto de tecnologías.
*Victoria Genchi, redactora, auxiliar de prensa en Empatía Comunidad