Por Vanesa Armesto*
El mal que padece casi un 90% de los argentinos, falta de energía, estado de frustración, agotamiento, desmotivación, todos síntomas de la enfermedad actual. Si personificamos al mercado inmobiliario, lo diagnosticaríamos con el síndrome de Burnout.
El síndrome de Burnout es actualmente una de las principales afecciones de los trabajadores a nivel mundial. La post pandemia dejó secuelas y entre ellas la notoriedad de este síndrome.
Por primera vez se lo conoció en 1974 por el psicoanalista Herbert Freudenberger en una clínica de tóxico dependientes en Nueva York, a raíz de observar cómo los empleados perdían energía hasta llegar al agotamiento total, padecer trastornos de ansiedad, depresión y desmotivación en el ámbito laboral.
El término “burnout” en ese momento fue descripto como “Una sensación de fracaso y una experiencia agotadora que resulta de una sobrecarga por exigencias de energía, recursos personales o fuerza espiritual del trabajador”.
La falta de seguridad y estabilidad son dos de los factores principales que generan el agotamiento y que, al sostenerse por un tiempo prolongado, llevan a padecer este síndrome.
Según datos de un estudio realizado por la empresa Bumeran, Argentina es el país de la región con mayores casos de Burnout diagnosticado, con un 86% de trabajadores.
No es muy difícil entender por qué Argentina ocupa el primer puesto de este ranking. La presión laboral que, ante una situación económica tan complicada, con inflación, aumentos, no da lugar a pensar en quedarse sin trabajo. La mayor carga horaria para poder cubrir todos los gastos, ni hablar de aquellos que alquilan. La sensación de fracaso porque pese a todo el esfuerzo no se obtiene estabilidad ni seguridad, ni se puede alcanzar lo que uno desee.
Todos estos síntomas son perfectamente aplicables al estado que enfrenta el mercado inmobiliario argentino. Un agotamiento crónico, frustración y falta de seguridad, que son compatibles con el tan escuchado, por estos días, síndrome de Burnout.
Un mercado que ya en este momento se despide hasta marzo del año que viene, esperando que el 2023 traiga mayores expectativas, de la mano de alguna medida que incentive la inversión.
Cinco largos meses por delante nos esperan con un mercado prácticamente frenado por eventos que normalmente provocan este efecto, con el agravante de un mercado que aún no despertó y es difícil imaginar que lo haga en medio de este contexto.
El mundial, que comienza en 4 días, que tiene a futboleros y no expectantes de la Scaloneta y aferrados a algo que nos de un poco de alegría como sociedad en medio del desconcierto que sentimos.
Las fiestas, que para muchos son momentos de reencuentro familiar y que llevan a dejar de lado, salvo algunas excepciones, movimientos inmobiliarios (que si no se realizaron antes por qué hacerlo justo en este momento).
Después llegan las vacaciones, que a mi entender, con todo lo vivido estos últimos tiempos, van a ser de las más esperadas en años, dejando de lado la atención que requiere este tipo de operaciones.
Y después el comienzo de clases, que en teoría es cuando todo vuelve a la normalidad y se puede decir que el año comienza en todo sentido. Es decir, hasta marzo de 2023 seguiremos teniendo un mercado con escaso movimiento, agotado, frustrado de no poder arrancar.

*Vanesa Armesto: Editora periodística de Real Estate Data. Periodista y Corredora inmobiliaria matriculada de Cucicba. Matrícula 1413. Con una trayectoria de 20 años en el mercado inmobiliario. vanesa@realestatedata.com.ar